De paseo


(música de fondo)



Me dirijo al bulevar del polígano en busca de alguna farmacia de guardia.
Nada más entrar me encuentro con la prestigiosa subasta de los pordioseros, vienen comerciantes de todos los poblados a vender objetos de altísima calidad, todos robados de primera mano, eso garantizado.

Enseguida veo que la tienda del tío Ricky está chapada. "Cerrado por defunción" pone el cartelito de la puerta... Joder! lo echaremos de menos, tenía los mejores materiales inflamables de toda la ciudad y los sábados por la noche impartía clases de cómo fabricar Napal. Que gran pérdida.

Al otro lado de la calle veo una escena que me conmueve, madres e hijas compartiendo una tradición. La experiencia de unas junto a la inocencia de las otras formando una simbiosis perfecta. ¡Qué espectáculo!
Y es que las furcias siempre consiguen arrancarme una lagrimilla...

Alrededor de los containers se amontona mucha gente, corren los billetes, los puñetazos y el alcohol. El olor a sangre y sudor es más fuerte que el que desprenden los mismos contenedores.
Pelea de mendigos, un clásico!
Apuesto un par de combates sin ganar nada y sigo con mi ronda.

El confesionario del Reverendo está cerrado, debe estar de pesca... o instruyendo a algún menor.

En el banco central de la plaza, hay un gran tipo de interés sentado. El Perico ofreciendo sus servicios de mercenario callejero con unos descuentos tentadores, pero hoy no tengo ganas de fiesta así que nos contamos las últimas batallitas entre litronas y desaparezco antes de que empiece a explicar (una vez más) como lo expulsaron injustamente del ejercito.

A lo lejos me parece ver la luz encendida de la farmacia y según me aproximo distingo la fogata rodeada de colchones piojosos y restos de sofá plagados de chinches.
Parece que hay un poco de cola así que cojo tanda y me siento a esperar impacientemente.
Le echo un ojo al nuevo farmacéutico, es un chaval joven, recién salido de la facultad, aunque parece manejar bien el negocio. Tengo la esperanza que le subministren los mismos laboratorios porque no tengo ganas de inyectarme genéricos de mierda.

Llega mi turno, le enseño la receta de mi brazo y me sirve sin decepcionarme.

Está anocheciendo y vuelvo a casa con un buen puesto. El cielo es naranja y el polígano sigue funcionando a mis espaldas.
Pronto volveré.

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